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Ciberacoso, cibervictimización, ciberagresión, ciberobservador, uso de Internet, adolescentes, estudio transcultural, uso compulsivo
Cyberbullying, cybervictimization, cyberaggression, cyberbystander, Internet use, adolescents, cross-cultural study, compulsive use
En las últimas décadas, los avances en la tecnología y las herramientas que ofrece Internet han transformado la forma de acceder a la información y, consecuentemente, de expresarse, comunicarse e interactuar con otros. Sin embargo, a pesar de las ventajas asociadas, la sociedad digital también entraña riesgos, de este modo muchos de los problemas psicosociales que existen en la sociedad offline (por ejemplo, la violencia entre iguales o en el mundo de la pareja) han encontrado su equivalente en Internet, y al mismo tiempo han aparecido nuevas problemáticas asociadas a un inadecuado uso de estas tecnologías y/o dispositivos digitales. Todo ello comienza a ser abordado en el marco de la «ciberpsicología», una rama que estudia la relación entre el ser humano y la utilización de la tecnología en la vida cotidiana.
Uno de estos problemas es el ciberacoso, definido como cualquier comportamiento de un individuo o grupo realizado con la intención de causar daño o incomodidad a otros mediante la difusión repetida de mensajes hostiles o agresivos a través de medios digitales, particularmente teléfonos móviles o Internet (Tokunaga, 2010). Las conductas más habituales son denigración (insultos y humillaciones), mensajes o llamadas ofensivas y amenazantes, suplantación de identidad, exclusión y revelación (Kowalski, Limber, & Agatston, 2012). Las experiencias de ciberacoso pueden ocurrir en cualquier momento del día y en cualquier contexto lo que incide en la incertidumbre que vive el ciberacosado y en la gran difusión de la intimidación. Añadir que la identidad del acosador puede o no ser conocida (Tokunaga, 2010). Este desequilibro de poder tiene un grave impacto socioemocional en la víctima, quién puede ver afectado, entre otros, el desarrollo de su personalidad, autoestima, habilidades sociales y capacidad de resolución de conflictos (Zych, Ortega, & De Rey, 2015). En esta realidad, un rol que día a día cobra más importancia es el de ciberobservador, ya que sobre él recaen distintas iniciativas de intervención (véase como ejemplo el programa de prevención de la violencia, KIVA; Salmivalli, Kärnä, & Poskiparta, 2011). Este rol ha sido abordado con profundidad para el acoso tradicional por Salmivalli (1999), quién reconoció la importancia de la actuación de los observadores en la prevención o en la perpetuación de las agresiones. Para reforzar esta idea, estableció cinco sub-roles: ayudante y reforzador del agresor, no comprometido, províctima y defensor de la víctima (siendo este último el más habitual). Por las repercusiones que conlleva, conocer y saber identificar estos sub-roles es de gran importancia, sin embargo, no es una práctica habitual en el contexto de investigación.
El ciberacoso es un problema social cuya prevalencia y estabilidad, independientemente del país o cultura, se ha incrementado considerablemente en los últimos años (Aboujaoude, Savage, Starcevic, & Salame, 2015). Estados Unidos y Europa cuentan con gran cantidad de estudios, no así Latinoamérica, donde además se aprecia gran variedad metodológica. Datos actuales en España apuntan hacia una prevalencia media de 26,65% (desviación típica media del 23,23%) para la cibervictimización (CBV) y de 24,64% (desviación típica media del 24,35%) para la ciberagresión (CBA) (Zych, Ortega-Ruiz, & Marin-López, 2016). Si se atiende a contextos latinoamericanos, las prevalencias ascienden de forma notable, por ejemplo, en Colombia entre un 30% (Redondo & Luzardo, 2016; Redondo, Luzardo, García-Lizarazo, & Ingles, 2017) y un 60% (Mura & Diamantini, 2013). En Argentina o México la prevalencia ronda también el 49% (Laplacette, Becher, Fernández, Gómez, Lanzillotti, & Lara, 2011; Lucio & González, 2012). Como contraste, otras investigaciones señalan que en México (Castro & Varela, 2013; García-Maldonado, Joffre, Martínez, & Llanes, 2011), Uruguay (Lozano & al., 2011) o Chile (Varela, Pérez, Schwaderer, Astudillo, & Lecannelier, 2014) la CBV no superaría el 15%. Sobre estas diferencias transculturales, cabe decir, sin embargo, que pese al idioma y base cultural común que hace relevante la comparación entre países latinoamericanos y España, las investigaciones son aún insuficientes. Una excepción es el reciente estudio de Romera, Herrera-López, Casas, Ortega-Ruiz y Gómez-Ortiz (2017) donde se examinó la influencia de variables interpersonales (autoeficacia social percibida y motivación social) en situaciones de ciberacoso, estableciendo un modelo homogéneo entre la población española y colombiana.
En relación con el uso de Internet, es necesario puntualizar que el DSM-V (Asociación Americana de Psiquiatría, 2014) no incluye la adicción a Internet ni su uso intensivo como trastorno adictivo ni como «adicción conductual», pero eso no significa que este no sea negativo, y por ello, uno de los términos más aceptados en la actualidad es «uso problemático de Internet» (Caplan, 2010). Desde este enfoque se hace hincapié en las posibles disfuncionalidades e interferencias con la vida familiar, social y académica que puede suponer un patrón de consumo determinado. Estudios realizados en España (Gámez-Guadix, Orue, & Calvete, 2013), en México (Gámez-Guadix, Villa-George, & Calvete, 2012) y en el contexto europeo (Blinka, Škarupová, Ševcíková, Wölfling, Müller, & Dreier, 2015) respaldan un modelo cognitivo-conductual sobre las características asociadas a una práctica inadecuada, entre las que se encuentran, por ejemplo, una preferencia por la interacción social online o un uso compulsivo. No obstante, no ha sido común establecer relaciones entre este constructo y los roles implicados en el ciberacoso, aún menos compararlo entre países.
Por esta razón, en este estudio el objetivo principal es analizar y comparar las puntuaciones de CBV y CBA entre España, Colombia y Uruguay. Adicionalmente, otros objetivos son: 1) analizar la estructura factorial de los instrumentos utilizados para las muestras de Colombia y Uruguay; 2) describir y comparar el perfil de ciberobservador en los tres países; 3) analizar y comparar las características asociadas a un uso problemático de Internet en los tres países; 4) examinar la relación entre un uso problemático de Internet y la prevalencia de ciberacoso.
Atendiendo a resultados de investigaciones previas las hipótesis son: 1) las mayores puntuaciones de CBV y CBA corresponderán al contexto colombiano; 2) la estructura factorial de las herramientas utilizadas será adecuada en la muestra colombiana y uruguaya; 3) el sub-rol de ciberobservador más frecuente será el defensor de la víctima, distribuyéndose homogéneamente entre los tres países; 4) no habrá diferencias en el uso problemático de Internet entre los tres países; 5) habrá una correlación positiva entre las dimensiones del uso problemático de Internet y CBV y CBA.
Se llevó a cabo un estudio transversal, descriptivo y analítico entre marzo de 2016 y julio de 2017. La muestra estuvo formada por 2.653 participantes de 10 a 18 años (M=14,48; DT=1,66) procedentes de Colombia (51,3%), Uruguay (9,9%) y España (38,8%), siendo el 50,8% hombres (N=1.350) y el 49,1% mujeres (N=1.303). Se realizó un muestreo no probabilístico de tipo incidental. La elección se realizó siguiendo un criterio geográfico intentando conseguir centros del norte-sur y este-oeste de cada país, lo que resultó en un total de 12 centros. Todos fueron seleccionados en núcleos urbanos y zonas de nivel económico medio-bajo. Concretamente, la muestra colombiana fue obtenida de cinco centros públicos y tres privados ubicados en Belén, Neiva, Bogotá y Cali (n= 1.363; edad media=14,82; DT=1,68). La muestra de Uruguay provino de un centro privado de Melo (n=260; edad media 14,48; DT=1.72). La muestra española se obtuvo de dos centros públicos de Valencia y Asturias y un centro concertado de Sevilla (n=1.030; edad media=14,01; DT=1,49). La distribución de participantes por edad y género puede observarse en la Tabla 1.
Se recabaron datos sobre las variables sociodemográficas: sexo (hombre; mujer), edad (recodificada en cuatro grupos: 10-12; 13-14; 15-16 y 17-18 años) y país (Colombia; Uruguay; España).
«Cuestionario de Ciberacoso» (CBQ; Calvete, Orue, Estévez, Villardón, & Padilla, 2010; Estévez, Villardón, Calvete, Padilla, & Orue, 2010; Gámez-Guadix, Villa-George, & Calvete, 2014). Incluye una escala de CBA con 17 ítems y una escala de CBV con 11 ítems que recogen las conductas asociadas al ciberacoso. Las respuestas se indican en escala Likert de 4 puntos (0=nunca; 1=una o dos veces; 2=tres o cuatro veces; 3=cinco o más). Mediante la baremación de las puntuaciones obtenidas se han establecido 3 perfiles: sin problema (puntuación total=0-1); cibervíctima/ciberagresor leve (puntuaciones iguales o superiores al percentil 85 e inferiores del 95) y, cibervíctima/ciberagresor grave (puntuaciones iguales o superiores al percentil 95). El estudio de validación con muestra española presenta adecuados indicadores de fiabilidad y validez. Este estudio presenta para la dimensión de CBV un a=.86 y para CBA un a=.82. La versión colombiana y uruguaya se adaptó lingüísticamente (por ejemplo, sustituyendo móvil por celular, ordenador por computadora, agresor por matón, acoso por matoneo, etc.).
Adicionalmente, se preguntó a los participantes por su rol como ciberobservador, estableciendo las dimensiones descritas para el acoso tradicional (Salmivalli, 1999; Salmivalli, Lagerspetz, Bjorkqvist, Osterman, & al., 1996): ayudante del agresor/a (no inicia la agresión nunca, pero a veces participa apoyando al agresor/a); reforzador/a del agresor/a (simpatiza con el agresor/a, pero nunca participa directamente); no comprometido/a (se mantiene ajeno); províctima (a favor de la víctima, pero no hace nada por evitar la agresión) y, defensor/a (suele defender activamente a la víctima).
La versión española de la «Revised Generalized and Problematic Internet Use Scale» (GPIUS2, Gámez-Guadix & al., 2013) evalúa el uso problemático de Internet mediante 15 ítems distribuidos en 5 subescalas: 1) preferencia por la interacción social online; 2) regulación del estado anímico a través de Internet; 3) consecuencias negativas; 4) preocupación cognitiva; 5) uso compulsivo. Las respuestas se indican en escala Likert de 6 puntos (1=totalmente en desacuerdo; 6=totalmente de acuerdo). Las puntuaciones fueron codificadas en cuatro categorías: a) no problema (entre =1<2); b) problemas puntuales (entre =2<4); c) potencial uso problemático (entre =4<5); d) uso problemático (entre =5=6). La escala presenta adecuados índices de fiabilidad y validez para la muestra española. En este estudio el valor alfa fue a=.93. Nuevamente, las versiones colombiana y uruguaya se adaptaron lingüísticamente.
El primer contacto con los centros se realizó por correo electrónico. Tras una respuesta afirmativa para colaborar, hubo una comunicación telefónica y se facilitó la documentación necesaria para participar en el estudio. La batería de cuestionarios fue aplicada en las aulas por un colaborador y por personal de los propios centros (normalmente el tutor de curso o el responsable de orientación escolar). Se hizo hincapié en que se debía contestar verazmente, no detenerse mucho tiempo en las preguntas, y anotar cualquier duda en la última hoja. El tiempo para cumplimentar la batería osciló entre 25 y 40 minutos. La colaboración fue voluntaria, anónima y desinteresada. El estudio se llevó a cabo con la autorización tácita de todos los participantes en la investigación al rellenar el cuestionario, y con el permiso del centro y los progenitores. Este proyecto tiene el refrendo del Comité de Ética de la Investigación del Principado de Asturias (Ref 11/15).
Previo a los análisis, para el CBQ se realizaron modelos de ecuaciones estructurales usando estimaciones ponderadas de mínimos cuadrados con la muestra colombiana y uruguaya conjuntamente. En el caso del GPIUS2 se llevó a cabo un análisis factorial confirmatorio mediante el método robusto de máxima verosimilitud (incluyendo el índice Satorra-Bentler scaled ?2). Además, para estudiar la adecuación de los modelos estimados se utilizó el índice no normativo de ajuste (NNFI), el índice de ajuste comparativo (CFI) y el error cuadrático medio de aproximación (RMSEA). Para el NNFI y del CFI, los valores superiores a .90 indican un ajuste aceptable y los superiores a .95 un buen ajuste. En el caso del RMSEA un valor cercano a .05 revela un excelente ajuste y entre .05 y .08 un ajuste aceptable (Byrne, 2006; Hu & Bentler, 1999).
El resto de análisis realizados fueron: 1) comprobación de la distribución normal de la muestra (estadístico de Shapiro-Wilks) y la homogeneidad de las varianzas (prueba de Levene); 2) análisis de frecuencias y de medidas de tendencia central y dispersión de la medida; 3) cálculo de las puntuaciones tipificadas para las variables donde se establecieron relaciones; 4) estadístico ?2 para el contraste de proporciones con comparaciones post-hoc; 5) correlaciones parciales controlando por edad; 6) análisis de la varianza con comparaciones post-hoc de Bonferroni; 7) regresiones lineales múltiples por «pasos sucesivos» usando la probabilidad de F para un valor de entrada de .15 y de salida de .20 para analizar qué dimensión del GPIUS2 predecía mejor las puntuaciones de CBV y CBA en cada país. En los casos donde se encontraron diferencias estadísticamente significativas se calculó la d de Cohen para proporcionar una estimación del tamaño del efecto de la diferencia. Se consideró significativo un valor de p<.05. Los análisis estadísticos se llevaron a cabo mediante SPSS, 23.0 y Lisrel 8.5.
El modelo hipotetizado ha consistido en dos factores correlacionados, uno para CBA y otro para CBV (tal y como realizaron Gámez-Guadix & al., 2014). La solución obtenida fue satisfactoria con índices de ajuste adecuados: ?2(234, N=1.620)=341; p<.001; RMSEA=.059 (IC 95%: .053-.066); NNFI=.98; CFI=.98. La dimensión de CBV obtuvo un alfa de Cronbach de .82 y la de CBA de .86.
En el caso del GPIUS2, se ha hipotetizado el mismo modelo de cinco componentes expuesto anteriormente (Caplan, 2010; Gámez-Guadix & al., 2013). Se han obtenido resultados aceptables: S-B ?2(84)=401; p<.001; RMSEA=.070 (IC 95%: .063-.079; NNFI=.98; CFI=.98). El alfa de Cronbach fue de .90.
La Tabla 2 muestra las diferencias entre países en la puntuación total en CBV y CBA.
En la Tabla 3 se muestran, según país y edad, las diferencias en la distribución porcentual de cada nivel de gravedad de ciberacoso. Colombia tuvo mayor porcentaje de participantes que no mostraron problemas. En cuanto a problemas leves, España presentó más casos (especialmente entre los 10-14 años). En los casos de mayor gravedad no hubo diferencias significativas entre países.
En relación con las variables sexo y edad, en Colombia se apreciaron diferencias en CBV-Grave (en 10-12 años, hombres: 1,3%; mujeres: 11,7%), ?²(2, N=8)=6,67; p<.05), y CBV-Leve (en 15-16 años, hombres: 4,3%; mujeres: 16,2%), ?²(2, N=37)=17,82; p<.001), con mayor porcentaje de mujeres. Estas diferencias también se observaron en España en CBV-Leve pero en este caso hubo un mayor porcentaje de hombres implicados (en 13-14 años, hombres: 25%; mujeres: 7%), ?²(2, N=28)=18,13; p<.001. No existieron diferencias según estas variables en CBA.
Según los porcentajes totales expuestos en la Tabla 4, la mayor parte de la muestra se posicionó en el sub-rol de defensor de la víctima, seguido del no comprometido. Se hallaron diferencias en dicha distribución asociadas a la variable sexo, siendo el porcentaje de hombres (34,9%) mayor que el de mujeres (31,2%) en el sub-rol no comprometido, ?²(1, N=856)=4,21; p=.04, pero con un patrón contrario en defensor de la víctima (hombres: 38,2%; mujeres: 44,3%; ?²(1, N=1.067)=3,96; p=.047).
Solo en Colombia se observaron diferencias entre los perfiles según la edad, ?²(12, N=1.339)=42,21; p<.001, siendo mayor en el sub-rol de ayudante del agresor el porcentaje de participantes de 10-12 años que de 15-18 años.
Si se atiende al contraste entre países, se constatan porcentajes significativamente mayores en Colombia con respecto a España en los sub-roles: ayudante, ?²(2, N=151)=167,57; p<.001; reforzador, ?²(2, N=123)=65,02; p<.001 y no comprometido, ?²(2, N=857)=275,26; p<.001. Por el contrario, España tuvo mayor porcentaje de participantes que Colombia en províctimas, ?²(2, N=392)=86,61; p<.001, y defensores, ?²(2, N= 1.069)=258,07; p<.001.
Al comparar la puntuación total del GPIUS2 se encontraron diferencias entre Colombia y Uruguay (F2,2653=4.052; p=0.018; d=.20) (Colombia: M=2,14, DT= 1,05; Uruguay: M=2,34, DT=,94; España: M=2,20, DT=1,08). No hubo diferencias asociadas a las variables sexo y edad. Al separar por categorías, las diferencias entre países se obtuvieron principalmente en los problemas puntuales (Tabla 5).
Por otra parte, todas las dimensiones del GPIUS2 correlacionaron positiva y significativamente con las puntuales globales de CBV y CBA, aunque de manera baja-moderada, especialmente en Colombia y Uruguay (Tabla 6).
Por último, se realizaron regresiones lineales múltiples con el fin de predecir qué dimensión del GPIUS2 en cada país predecía mejor las puntuaciones totales de CBV y CBA. Para Colombia, la CBV fue predicha por el uso compulsivo (ß=.332 [.174-.490]; p<.001) y la regulación del estado anímico (ß=.263 [.124-.403]; p<.001) [r2=.049]; mientras que la CBA lo fue por las consecuencias negativas (ß=.406 [.282-.530]; p<.001) [r2=.030]. Para Uruguay, las dimensiones que mejor predijeron fueron regulación del estado anímico (en CBV: ß=.680 [.382-.977]; p<.001; en CBA: ß=.303 [.060-.546]; p<.015) [r2=.103] y consecuencias negativas (en CBV: ß=.566 [.128-1.005]; p=.012) [r2=.124]; en CBA: ß=.716 [.358-1.075]; p<.001). En España, la CBV fue predicha por el uso compulsivo (ß=.296 [.140-.452]; p<.001), la regulación del estado anímico (ß=.286 [.167-.404]; p<.001) y las consecuencias negativas (ß=.271 [.095-.448]; p=.003) [r2=.143]. La CBA se predijo por el uso compulsivo (ß=.377 [.308-.446]; p<.001) [r2=.100].
El presente estudio contribuye al conocimiento de la prevalencia del ciberacoso y el uso problemático de Internet desde una perspectiva comparada, además de proveer evidencias de la relación entre ambas problemáticas.
Son pocos los estudios transculturales sobre esta temática y menos aun los que incluyen los contextos latinoamericano y español. Por lo que el objetivo principal ha sido analizar y comparar esta situación en Colombia, Uruguay y España. Los resultados hallados evidencian que España presenta más situaciones de CBV-Leve que Colombia, así como de CBA respecto a Colombia y Uruguay. Uruguay revela más casos de CBV-Grave que Colombia. Estos datos no permiten corroborar la primera hipótesis según la cual, y de acuerdo con estudios previos, Colombia presentaría mayores puntuaciones en ciberacoso. Esta posible discrepancia podría deberse a la falta de reconocimiento de las conductas asociadas al ciberacoso como problemáticas o incluso como formas de ciberviolencia. Esta normalización en la relación entre iguales sería resultado de los cambios sociales y culturales producidos por la violencia vivida en los últimos años (Castro & Varela, 2013) en los que se tiende hacia su justificación y hacia una perspectiva individualizada en la que cada uno debe arreglar sus problemas (Cruz, 2014).
La variabilidad metodológica existente entre estudios europeos y latinoamericanos dificulta la comparación de las prevalencias, cabe señalar que la obtenida en este estudio se asemeja a otros resultados previos obtenidos en Colombia (Herrera-López, Romera, & Ortega-Ruiz, 2017), pero sobrepasa la de estudios llevados a cabo exclusivamente en Latinoamérica (Castro & Varela, 2013; del-Rio-Pérez, Bringue, Sádaba, & González, 2009) y al único estudio que ofrece datos de Uruguay (Lozano & al., 2011). Los mismos señalan entre un 6% y 12% de situaciones de ciberacoso, lo que hace estos resultados convergentes con los encontrados por los autores, y a su vez consistentes con estudios que estipulan una prevalencia de ciberacoso severo de entre un 2% y 7% (Castro & Varela, 2013; Garaigordobil, 2011; García-Fernández, Romera-Félix, & Ortega-Ruiz, 2016; Herrera-López & al., 2017).
En relación con la edad, la tendencia en anteriores investigaciones sugiere que a medida que ésta aumenta, disminuye la frecuencia de ciberacoso (Aranzales & al., 2014), situando el pico máximo entre los 12-14 años (Tokunaga, 2010) y los 14-15 años (Herrera-López & al., 2017; Zych & al., 2015). Los resultados en este estudio apoyan esta evidencia, ya que las horquillas de 13-14 y 15-16 en los tres países evaluados presentaron la mayor prevalencia del problema. Con relación a la variable sexo, las chicas presentaron mayor prevalencia de CBV, tal y como se describe en la literatura (Garaigordobil & Aliri, 2013), aunque no hubo diferencias para CBA.
Los trabajos que han abordado el análisis del rol de ciberobservador son escasos (Jones, Mitchell, & Turner, 2015) y se han realizado únicamente en el contexto anglosajón. No obstante, los resultados de este estudio confirman la tercera hipótesis, corroborando los resultados para acoso tradicional (Salmivalli, 1999; Salmivalli & al.,1996), en los que prevalecen los sub-roles de defensor de la víctima y no comprometido. Los datos muestran una distribución homogénea entre los tres países, salvo en las fórmulas que apoyan al agresor (ayudante y reforzador), especialmente altas para la muestra colombiana en el rango de 10-14 años y donde el apoyo a la víctima es menor.
Por otro lado, cada vez hay más evidencias sobre cómo el uso problemático de Internet que hacen algunos adolescentes tiene un impacto negativo en su calidad de vida, por ejemplo, con cambios en los hábitos de salud (sueño, alimentación, actividad física, etc.) e interferencia en la vida familiar, social y académica (Cerniglia, Zoratto, Cimino, Laviola, Ammaniti, & Adriani, 2017; Muñoz-Rivas, Fernández-González, & Gámez-Guadix, 2010). Estudios epidemiológicos evidencian la relevancia clínica y social de esta problemática. En este sentido, el metaanálisis realizado por Cheng y Li (2014) con datos de 31 países, encontró prevalencias que oscilaron entre el 2,6% y el 10,9% dependiendo del país. En este estudio, los datos de un uso problemático son inferiores a los constatados en la literatura (no llegan el 2%), pero son convergentes si se suma a estos el potencial uso problemático (alcanzando un 7%). Tal y como se sugirió en la cuarta hipótesis, no se encontraron diferencias entre países. Sin embargo, no existen resultados previos contrastando estos países.
También son escasos los estudios que relacionan un uso problemático de Internet con ciberacoso. En los datos obtenidos, y confirmando la quinta hipótesis, se han observado correlaciones positivas entre las dimensiones evaluadas en el GPIUS2 y las conductas de CBV y CBA. Además, las dimensiones que, de forma general, parecen predecir mejor el ciberacoso han sido la regulación del estado de ánimo (para CBV), las consecuencias negativas (para CBA) y el uso compulsivo (para ambas).
Asimismo, se ha comprobado una adecuada validez factorial y fiabilidad para la muestra colombiana y uruguaya de las herramientas utilizadas. Los procesos de validación seguidos fueron los indicados en los trabajos originales (Gámez-Guadix & al., 2013; 2014), confirmando también la hipótesis inicial de investigación.
Debido a la diversidad metodológica, este estudio permite como aplicación práctica realizar comparaciones entre diferentes contextos culturales al homogenizar cuestionarios y baremos, pudiendo ser un ejemplo para otros estudios transculturales.
No obstante, cuenta asimismo con una serie de limitaciones. En primer lugar, los resultados se basan en autoinformes, siendo posibles los sesgos de respuesta. Ello podría mejorarse triangulando medidas complementarias (padres, profesores e iguales). En segundo lugar, el estudio es transversal y el muestreo ha sido incidental, siendo la muestra uruguaya baja en relación con Colombia y España. Respecto a otras características de la muestra, se cuenta únicamente con una clase social media-baja de contextos urbanos. En tercer lugar, aunque se han proporcionado evidencias de validez interna de los instrumentos para la muestra colombiana y uruguaya conjuntamente, debido al bajo n muestral de Uruguay no fue posible realizar el análisis factorial confirmatorio. Hubiera sido deseable añadir aspectos de validez predictiva y de test-retest. De forma general, se debe ser cauteloso al extrapolar estos resultados, entendiéndose como una primera aproximación al análisis comparado entre estos países. Estudios futuros deberían replicar estos hallazgos con muestras adicionales en otras regiones y países y plantear estudios longitudinales.
En conclusión, cabe destacar la aportación de evidencia empírica sobre el ciberacoso en un contexto transcultural entre dos países latinoamericanos (Colombia y Uruguay) y España. Estos resultados suman una contribución a los estudios sobre prevalencia del ciberacoso y su constatación como problema, con independencia de la cultura o región geográfica, y contribuyen al conocimiento del uso problemático de Internet desde una perspectiva comparada y única hasta el momento entre estos países.
Este estudio ha sido financiado por la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), dentro del Plan Propio de Investigación 3 [2015-2017], Grupo de Investigación «Análisis y prevención del ciberacoso» (CB-OUT) y del Plan de investigación 4 [2017-2019], Grupo de Investigación «Ciberpsicología: análisis psicosocial de los contextos online» (Cyberpsychology).
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